Se abrigaba con un espíritu tranquilo, pero el ánimo se le enredaba entre los pies haciéndole tropezar.
Sabía que aquella sería su última entrada, y las lágrimas se colgaban de las comisuras de sus labios. Colándose entre las grietas del dolor.
Tanto tiempo preparándose para este momento, y ahora el miedo se le atragantaba amargo en sus pupilas. Apenas podía reconocer las motas de polvo brillantes cayendo por la habitación.
Sólo habría necesitado un punto y coma más, para proyectar esa sombra con la que siempre había soñado. Una sombra de sombrero de ala ancha y plumas de cormorán.
Pero ahora todo era borroso. Y sus pies sólo querían volar.